Por qué (volver a) ver Un Profeta de Jacques Audiard
El director galo ha estrenado recientemente The sisters Brothers, una coproducción franco americana protagonizada por Joaquin Phoenix y John C. Reilly ambientada en el viejo oeste en plena fiebre del oro. Con este debut en inglés se ha vuelto a posicionar como uno de los mejores realizadores contemporáneos. En Lien aprovechamos la ocasión para repasar los motivos por los que hay que ver su obra cumbre: Un profeta.
(¡Alerta spoiler! En este artículo se revelan algunos detalles importantes de la trama)
La herencia del cine negro está muy presente en la obra de Jaques Audiard. El film noir americano y el polar francés son señas inequívocas de identidad en su trayectoria. En Un profeta (Un prophète, 2009) el director entra de lleno en el cine de género criminal para contarnos la historia de Malik El Djebena (Tahar Rahim) quien, con apenas 19 años tiene que cumplir una larga condena en la cárcel. Aparentemente frágil y sin respaldo, se ve obligado a llevar a cabo una serie de “misiones” impuestas por Luciani (Niels Arestrup), el líder de la mafia corsa, y a ganarse el respeto de la mafia árabe para sobrevivir.
Hasta aquí podríamos estar hablando de una película carcelaria más. Audiard nos cuenta cómo un chico joven, analfabeto e inexperto, consigue medrar en un ambiente hostil hasta forjarse una identidad. Un argumento que se ha explorado muchas veces antes en el cine y del que se puede pensar que no puede aportar demasiada novedad al género. Pero nada más lejos de la realidad. Lo interesante aquí no es el qué, sino el cómo. No es una película más sobre la cárcel: se trata de una obra maestra de la historia del cine.
Lo interesante de Un profeta no es lo que cuenta, sino cómo lo cuenta.
Aunque, advertimos: Un profeta no es una película apta para corazones sensibles. Se encuentra, de hecho, en las antípodas del cine amable o fácil de ver. La violencia y la brutalidad que nutren el filme son desgarradoras y casi nos obligan a apartar la mirada en algunas secuencias. Pero, de nuevo, se trata de algo más que de una historia cruda. Lo que el director nos propone en esta cinta es el viaje iniciático del héroe clásico que tiene que pasarlo mal y superar la adversidad para aprender y salir fortalecido. Este héroe parte del infierno en soledad, a través de un camino marcado por el sufrimiento y lo termina acompañado, triunfador, alcanzando su Shangri La particular. Pero, ¿qué hace tan especial al filme? Existe en él una serie de elementos y matices que destacan gracias a la singular mirada del realizador galo.
Master class sobre guión y arco dramático.
A pesar de la extensión de la cinta el ritmo es impecable. Durante los 149 minutos que dura la película asistimos a una clase magistral digna de Robert Mckee en la que observamos un guión soberbio firmado por el propio director y Thomas Bidegain. Narrativamente se trata de una película muy bien construida, aunque compleja, con numerosas subtramas, que consigue atraparnos desde la primera escena hasta la última.
En pocas películas se consigue un arco dramático tan bien elaborado como el del personaje principal de Un profeta. Gracias a una dirección acertada y a la inspirada interpretación de Tahar Rahim vemos como el niño desprotegido y sin pasado que entró en la cárcel se transforma y se envilece poco a poco hasta alcanzar un grado de madurez que le permite tomar decisiones y asumir riesgos. Un ejemplo de esta evolución sería cuando, avanzada la película, en una escena en la que está reunido con la mafia árabe se permite a sí mismo la licencia de bromear (por supuesto es al único a quien le hace gracia la broma); algo impensable para el Malik al que le roban las zapatillas a golpes en el patio de la cárcel al inicio de la trama. Nuestro protagonista se vuelve paulatinamente tan astuto, aprende a moverse tan bien entre bandos que, efectivamente, termina desarrollando algo de profético en su actitud.
De pronto, el realismo mágico.
Si por algo destaca el filme es por lo sórdido y realista de su escenario. Todo lo que vemos en la pantalla nos resulta verosímil, y esto se debe en gran medida al uso de la cámara en mano que, lejos de marear o resultar artificiosa, nos procura una percepción íntima y tangible de lo que ocurre entre los muros de esa prisión. Sin embargo Audiard traspasa del todo las fronteras del género cuando introduce un elemento narrativo que contrasta con la crudeza del ambiente de la prisión.
Todo lo que vemos en la pantalla durante la película resulta verosímil.
Para ganarse la protección del líder corso, Malik debe acabar con la vida de Reyeb, testigo que se interpone en el camino de César Luciani. Esto supone un punto de inflexión para el personaje y, desde ese instante veremos cómo el fantasma de Reyeb, -que no es más que la proyección de su mala conciencia-, le acompaña en los momentos de soledad en su celda entablando conversaciones o simplemente observándole desde algún rincón de la celda en escenas con una gran carga onírica, a menudo envueltas en la neblina del humo de un cigarrillo. Este realismo mágico que de pronto irrumpe en la cinta funciona y sin duda dota al protagonista de una mayor profundidad psicológica.
Las bondades de un gran casting.
Ya hemos mencionado el buen hacer de Tahar Rahib, pero, además, el personaje antagonista, César Luciani, cabecilla de la mafia corsa, está interpretado por un soberbio Niels Arestrup que funciona como contrapunto perfecto para el joven Malik. Supone para él una figura paterna y al mismo tiempo la mayor amenaza a la que está expuesto.La relación entre ellos se basa en el control siendo Luciani quien alecciona a Malik haciendo de él, literalmente, su criado hasta que, por supuesto, las tornas cambian. La química que desprenden los dos actores en las escenas que ruedan juntos es casi tangible y hace de cada plano un fragmento tan real como la vida misma.
Y hablando de veracidad, uno de los mayores logros de una película es que el espectador llegue a creerse a los personajes. Es el caso de la que nos ocupa hoy. Los personajes de Un profeta son del todo creíbles. Vemos escenas con hombres demacrados y desaliñados procedentes de diferentes etnias llenando la prisión y los espacios de las escenas ajenas a ella. Los principales, los secundarios y hasta los extras. Todos los personajes, tanto a nivel interpretativo como estético, están a la altura de la historia que narran.
La multiculturalidad y el poliglotismo.
La prisión francesa de alta seguridad que nos muestra Audiard en su película es un reflejo acertado de la Francia actual, y por extensión, de Europa. La película funciona como radiografía de la multiculturalidad (que no interculturalidad, ya que los clanes están bien separados y definidos) que se vive en el viejo continente y pone de relieve las connotaciones negativas que se desprenden de este hecho (prejuicios, exclusión, xenofobia…) tan presentes en el filme.
El realizador indaga en la idea de valerse del idioma y sobrevivir a través de él.
Pero desde el punto de vista de la lingüística es muy interesante apreciar en una misma película hasta tres idiomas diferentes: el francés, el árabe y el corso, (lo que seguro ha supuesto todo un reto para los subtituladores del filme). El realizador indaga en la idea de valerse del idioma y sobrevivir a través de él. El francés es la lengua oficial de la prisión, pero, como si de un embajador se tratara, es el dominio de Malik sobre los otros dos idiomas lo que le confiere poder y lo que le permite revertir la situación para hacerse con el control adquiriendo la visión profética de quien ve más allá gracias al lenguaje.
Nuestro héroe se nos presenta al principio de la película como un huérfano francés de ascendencia magrebí rechazado por la sociedad, víctima del desarraigo; pues tampoco conecta con sus raíces árabes. Como si estuviese abandonado en tierra de nadie, es el profeta mestizo que tiene que valerse por sí mismo; representa la realidad multicultural que enriquece Europa y que está rompiendo con los -casi siempre- arcaicos parámetros establecidos. En este sentido, Malik es el futuro.
Al final, lo más genial de la película es el hecho de que está basada en una paradoja. Es la historia de un hombre que alcanza una posición a la que nunca habría llegado de no haber ingresado en prisión. Un hombre al que como espectadores cuestionamos todo el tiempo y a quien, a pesar de todo, sólo queremos proteger y asegurarle que al final todo -o casi todo- le saldrá bien.