Adaptaciones literarias con acento francés: ¿el libro o la peli?
Abril es sinónimo de literatura. Las ferias y el día del libro tienen lugar durante ‘el mes más cruel’. Como buenos lectores, en Lien queremos participar y os hablamos de algunas adaptaciones literarias llevadas al cine (con mayor o menor acierto) en los últimos años.
La literatura universal y el cine han ido de la mano casi desde los inicios del séptimo arte. Siempre se han llevado adaptaciones literarias a la gran pantalla. De hecho, se sigue haciendo y se ha extendido, además, al mundo de las series, un filón que grandes plataformas digitales como por ejemplo HBO han aprovechado –pienso en Juego de tronos o Big Little lies–. Sin embargo, si le preguntas a una persona que suele leer si prefiere el libro o la película, casi siempre lo tiene claro: el libro es mejor.
No es fácil cumplir con las expectativas de alguien que ha imaginado previamente todo un universo en su mente y que ya ha desarrollado una relación con los personajes mucho antes de verlos en pantalla. Es decir, hay muchas papeletas para que sea una decepción. Hacer buenas adaptaciones literarias es arriesgado y, aun así, numerosos cineastas siguen apostando por ello. Aunque, por supuesto, a algunos les ha ido realmente bien y han convertido sus súper producciones en sagas de culto –hola, Señor de los anillos; hola, Harry Potter–.
Si nos alejamos de Hollywood y ponemos el foco en el cine francés independiente, encontramos algunas adaptaciones literarias que hicieron historia a mediados del siglo XX. Directores ligados a la Nouvelle Vague, sin ir más lejos, como el genial Jean-Pierre Melville o Éric Rohmer también trasladaron las letras de grandes escritores a la imagen en movimiento y tuvieron una gran acogida por parte de público y crítica. Hoy en día, en el ámbito del cine de autor donde los presupuestos son mucho más modestos y la mirada mucho más personal, es complicado obtener consenso entre el público cuando se trata de llevar un libro a la pantalla.
La delicadeza (La délicatesse, 2011)
David Foenkinos es un autor parisino conocido internacionalmente por su producción literaria. Escribió la La delicadeza en 2009 y supuso un punto de inflexión en su carrera. Alabado por la crítica, vendió más de un millón de ejemplares y el texto fue traducido a 15 idiomas. Con semejante éxito no se lo pensó dos veces: en 2011 él mismo, junto a su hermano Stéphane, adaptó el guión de la novela y la llevaron a la gran pantalla.
El resultado es una entretenida comedia romántica sobre segundas oportunidades que cuenta cómo Nathalie, a quien da vida Audrey Tatou, pierde en un accidente al amor de su vida. Tras una etapa de duelo, en el trabajo conoce a Markus, interpretado por el actor François Damiens, quien, sin ser precisamente un Don Juan, hace que la joven recupere la ilusión y la felicidad de nuevo.
A pesar del argumento melodramático, lo cierto es que la película funcionó bien en taquilla y el fandom del novelista quedó satisfecho con el resultado. La cinta obtuvo dos nominaciones a los César por Mejor Guion Adaptado y por Mejor Película.
https://www.youtube.com/watch?v=qpb_V3wE4ys
Marguerite Duras: París 1944 (2018)
Emmanuel Finkiel dirige este drama basado en la obra literaria autobiográfica El dolor (La douleur) escrita por la prolífica novelista Marguerite Duras. La autora, figura cultural destacada del siglo XX, partió de sus propios diarios para dar forma a una obra de intensidad desbordante que no vio la luz hasta 1985. En ella narra las semanas previas y siguientes al regreso de su marido, prisionero del campo de concentración de Duchau en 1945.
La cinta, protagonizada por la talentosa actriz Mélanie Thierry –parte de la crítica asegura que es ella quien salva la película– cosechó modestos éxitos. Obtuvo 8 nominaciones a los premios César, incluyendo Mejor Director y Mejor Película, pero no se hizo con ninguno. Adaptar una novela de esta autora es adaptar el dolor, la pomposidad y la intensidad; son historias en las que el texto juega un papel principal. En otras palabras, supone todo un riesgo.
Sin embargo, varios de sus títulos han sido llevados al cine. Algunos por ella misma, como es el caso de la película Le navire night (1979); o por otros cineastas, como ocurrió con El amante (L’amant), novela con la que ganó el Premio Goncourt en el 84 y que el director Jean Jacques Annaud trasladó a la pantalla en 1992.
La Belle Personne (2008)
La literatura francesa nos ha brindado grandes clásicos en los últimos siglos. Uno de ellos es la novela La princesa de Clèves escrita por Madame de La Fayette nada menos que en 1678. Al director de cine Christophe Honoré se le ocurrió trasladar la historia desde la corte de Enrique II a un instituto de París en plena década de los 2000. Aunque se trata de una adaptación cinematográfica bastante libre, la esencia original del clásico perdura en el trabajo de Honoré.
En este filme conocemos la historia de Junie, en la piel de una joven Lea Seydoux, cuya madre muere cuando ella tiene tan solo 16 años. Tratándose de un drama ambientado en un instituto, no podía faltar el grupo de compañeros que intentan cortejarla. Aunque empieza a salir con uno de ellos, Junie no podrá pasar por alto la profunda pasión que nace entre ella y Nemours, su profesor de italiano, a quien presta imagen el actor Louis Garrel. Los celos, los malentendidos y la manipulación se hacen hueco entre estos personajes que viven con intensidad cada gesto y cada diálogo.
El resultado es una película que, a pesar del argumento de vodevil, no podría estar más alejada de él. Obtuvo tres nominaciones a los César en las categorías de Mejor Guión Adaptado y en Mejor Actriz y Actor revelación.
Cine y literatura, dos conceptos diferentes
A menudo, la reacción ante las adaptaciones literarias es negativa por parte de los lectores del libro. Ya sea porque la trama se haya modificado para que funcione mejor en pantalla o porque se prescinda de algún personaje, se piensa que, si se trasladaran las escenas del libro plano a plano, esta sería mejor, más fiel.
Pero lo cierto es que un libro y una película son formatos diferentes que requieren una narrativa distinta. Una película no puede pararse en una descripción extensa sobre un lugar o exponer el diálogo interno de un personaje y todavía pretender que sea una película ágil. Los tiempos y cómo transcurre la acción en uno u otro formato deben variar y cada obra, la escrita y la visual, han de ser ser entendidas y analizadas por separado.
Podemos consumir los dos productos y disfrutarlos como experiencias completas y únicas que complementan un mismo universo. Lo mejor de todo es, precisamente, que no tenemos por qué elegir entre ambas.