La película que se bebió a Vincent Cassel
El director francés Erick Zonca vuelve para dirigir a los actores Vincent Cassel y Romain Duris en su última película ‘Sin dejar huellas’.
Dentro de la programación de My French Film Festival nos topamos en la sección oficial con el esperado regreso al cine del director de La vida soñada de los ángeles (Vie rêvée des Anges, 1998). Después de 20 años de ausencia Erick Zonca vuelve con la cinta Fleuve noir (2018), presentada en español bajo el título menos críptico Sin dejar huellas, un retorcido polar de corte clásico basado en la novela policíaca Expediente de desaparición del escritor israelí Dror Mishani. En él, Zonca ha dirigido a un elenco de actores ya consagrado compuesto por Vincent Cassel, Romain Duris y Sandrine Kiberlain.
El argumento
El hijo adolescente de la familia Arnault, Dany, desaparece sin dejar rastro de la noche a la mañana. Su madre, Solange acude desesperada a la policía. El encargado de investigar el caso es François Visconti, un policía desengañado, con problemas graves de alcoholismo y un hijo adolescente que tontea con el narcotráfico. Durante el proceso de recabar información, Visconti conoce a Yan Bellaille, el vecino de la familia Arnault que fue profesor del joven Dany y que está interesado por la investigación. Quizá demasiado interesado.
La atmósfera y el guión
Cuando se trata de un thriller, ¿es más importante la atmósfera o la intriga de la trama? ¿Las situaciones que plantea o cómo están interpretadas? Probablemente haya tantas opiniones al respecto como espectadores. En el caso de Sin dejar huellas Erick Zonca ha estado más acertado con la ambientación de la película que con el propio guión.
Por una parte, el ambiente. La fotografía en la película está cargada de la oscuridad propia del género y es llevada a través de una cámara en continuo movimiento que enfoca y desenfoca, que abre y cierra planos; con una banda sonora lúgubre que destaca por su sutileza: acompaña pero no sobresalta. El director consigue así que entremos de lleno en la atmósfera fría, casi hostil, que nos ofrece.
Para cuando llega el giro final ya nos hemos olvidado de lo que nos había chirriado por el camino y nos quedamos con ese sabor de boca tan amargo que pretendía el director desde el principio.
Por otra parte, el guión. La trama se desarrolla a fuego lento hasta que nos vemos atrapados en una telaraña donde todos son sospechosos en la que las pistas no llevan a ninguna parte. Zonca consigue crear incertidumbre, pero por desgracia deja algunos cabos sueltos y tramas secundarias sin resolver de las que se podría prescindir. Sin embargo, tanto este obstáculo como el ritmo lento de los acontecimientos no impiden que la tensión se apodere de una en la butaca, sobre todo cuando se acerca el sorprendente giro final que cae como un jarro de agua fría. Para entonces ya nos hemos olvidado de lo que nos había chirriado por el camino y nos quedamos con ese sabor de boca tan amargo que pretendía el director desde el principio. Porque a estas alturas nadie puede ser tan ingenuo como para esperar un final feliz de un buen noir francés, ¿verdad?.
Los personajes y la interpretación
Ya sea en la literatura o en el cine, una historia de intriga policíaca bien construida necesita clichés que la sitúen dentro del género. Y no hay mayor cliché que el del inspector solitario, demacrado y alcohólico; con traumas sin resolver y mal carácter. El personaje del inspector François Visconti –que estaba pensado en un principio para el mismísimo Gerard Depardieu– eleva el estereotipo a la enésima potencia.
No es fácil desarrollar un personaje así y que resulte natural. Si esta fuese una película española el papel hubiese sido seguramente para José Coronado y quizá no hubiese resultado tan creíble. Afortunadamente es un deslumbrante Vincent Cassel quien da vida al torturado detective –gracias, Erick Zonca-.
Lo encontramos continuamente ebrio; porque Visconti se bebe todo el whisky de Francia en esta película.
Lo encontramos envejecido, desaliñado, con pinta de necesitar una ducha y unas cuantas horas de sueño. Nos repele por su actitud xenófoba y misógina (hasta llegar a unos límites que hieren sensibilidades). Lo encontramos continuamente ebrio; porque Visconti se bebe todo el whisky de Francia en esta película. Y lo encontramos abandonado, tocado y hundido; pero sobre todo nos resulta hipnótico. Ya sea volcando la botella sin disimulo en un vasito de papel para café en la oficina, interrogando a su propio hijo a base de insultos o bailando en su cocina al ritmo de la Cumbia sobre el río de Celso Piña, Vincent Cassel carga con el peso de la película y hace que merezca la pena verla.
Romain Duris está totalmente acertado cuando interpreta al personaje del típico vecino que siempre saludaba.
Pero él no es el único que brilla en pantalla. La némesis del detective está encarnada en un preciso e irreconocible Romain Duris. El actor pone cara a Yan Bellaille, el profesor particular del chico desaparecido, que insiste –demasiado– en que la situación familiar de los Arnault ha propiciado la huída del joven.Se trata de un intelectual con pretensiones. Un escritor del tipo quiero y no puedo –con un retrato de Franz Kafka enmarcado en su improvisado despacho– que rápidamente se revela como el principal sospechoso con el que se obsesiona el inspector. Y es que, por supuesto, algo hace para que sospeche de él.
Duris está totalmente acertado cuando interpreta al personaje del típico vecino que siempre saludaba. Educado, correcto; pero maniático. Optimista, entusiasta, excesivo incluso; pero contenido de cara a su mujer o al policía, intrigante. Un personaje que, como buen titiritero, oculta demasiadas cosas.
El tercer vértice del triángulo se trata de Solange Arnault, la madre de la víctima, que se muestra sumergida en una especie de trance doloroso desde la desaparición de su hijo. Está interpretada por una maravillosa y lacónica Sandrine Kiberlain cuya mirada expresa todo lo que tiene que callar su personaje y muestra a una mujer sobrepasada por las circunstancias, a punto de explotar.
En definitiva, el trabajo de los actores (incluyendo los secundarios) rescatan el filme, que no destaca por tener un guión brillante pero que, sin embargo, atrapa desde la primera escena.
¿Por qué ver una película más de detectives y asesinatos?
Como cinéfilos seguro que hemos visto muchas -muchísimas-, películas policíacas. Thrillers con un asesino astuto, un detective sin afeitar, alguna persecución… y sí, a menudo tenemos la sensación de haber visto el mismo filme una y otra vez. Entonces, ¿por qué seguimos enganchados al suspense, al misterio, si casi siempre sabemos cómo termina? Precisamente en esta pregunta está la clave.
Sabemos lo que pasa, pero no cómo pasa. Cada cineasta ejecuta su historia de una manera diferente. Casi todas empiezan igual pero la duda es cómo van a terminar. Por eso tiene mucho mérito hacer cine de género: nos hemos convertido en consumidores exigentes y ya no nos vale cualquier resolución. Queremos originalidad, sorpresa y emoción. Por eso seguimos viendo cine policíaco. Porque esperamos que cada película nos sorprenda casi tanto como lo hizo la primera.
¿Será el caso de la película de Erick Zonca? Sólo hay una manera de averiguarlo.